jueves, 11 de diciembre de 2014

El ‘corrientazo’ callejero, la receta del ahorro de mil comensales

Un comerciante barranquillero abrió hace cinco meses 20 puntos ambulantes que son la solución de muchos para ganarle la partida al hambre


En esta sede de ‘corrientazos’, ubicada en la calle 68 con carrera 46, en el norte de Barranquilla, la ‘magia’ ocurre dentro de 32 enormes calderos hirvientes. El truco, es hacer rendir la comida. Las ‘varitas’ son cucharones, y el ‘polvo de estrellas’ tiene sabor a condimento.
El negocio, que marcha sobre ruedas abordo de 20 carritos ambulantes, comenzó hace cinco meses, cuando el comerciante Henry Grillo instaló 21 estufas en la amplia cocina industrial que adecuó en su casona de rejas blancas.
Almorzar allí durante dos semanas, cuesta en promedio lo que cualquier comensal paga por un plato a la carta en un restaurante “con todas las de la ley”, $33.000, de lunes a viernes.
Aunque algunos son escépticos frente al económico presupuesto a cambio del que ofrecen bandejas repletas de arroz, granos y proteína, acompañadas de “guarapo” y fruta, Grillo asegura que trabaja con ingredientes de calidad, y que el secreto está en “cogerle el maní” a la administración de los alimentos.
El barranquillero de 59 años, que todavía es recordado en la ciudad por vender vasos de sopa a $600 en el Paseo de Bolívar, hace más de 15 años, reconoce que su experiencia al frente de un comedor militar en el Putumayo durante poco más de un lustro, lo ayudó a saber cómo repartir la comida.
Ahora, es el líder del proyecto al que espera consolidar como  una fundación, en el que 20 mujeres y hombres, en su mayoría madres cabeza de familia y exdrogadictos, ganan $500 por cada almuerzo vendido, más $10.000 de auxilio de transporte.
Desde el bordillo. Tres semanas lleva Alfredo Hernández, un técnico automotriz de 49 años, comiendo bajo el árbol de almendro de la esquina de la carrera 53 con calle 70. Ahí, elige entre las siete opciones que ofrece Libia Ortega, la ‘vendedora estrella’ de Grillos.
Carne asada, pollo apanado o en salsa, cerdo agridulce, bandeja paisa, filete de pescado y albóndiga son las especialidades que Ortega despacha a los clientes,que eligen si llevarlo a casa o comerlo “en el bordillo”.
A las 4 de la mañana la mujer  sale de su casa, en Soledad, para picar, revolver y cortar, pues es una de las cuatro cocineras y dos asistentes que preparan el menú. Por esa tarea, gana $40 mil diarios, fuera de los $37.500 que asegura con la venta de 75 almuerzos. Es la que más vende.
A pie, en carro, moto, o bus, de cualquier manera llegan los comensales a comprar los individuales de icopor. Algunos los apartan desde el día anterior, para no quedarse sin su pedido, ya que la venta empieza a las 11, pero “se pone buena” a las 12, cuando el hambre empieza a manifestarse.
El cierre contable es diario, a todos les entregan $25 mil pesos para guardar entre las cangureras de cuerina negra que cuelgan de sus caderas, con el fin de que no haya excusas para no despachar por no tener “vuelto”, $11.000 en monedas y $14.000 en billetes.
El retorno a la sede es a las 2:30, pues a las tres de la tarde es el conteo de liquidación. “Las vendedoras nuevas arrancan con 20 almuerzos”, para que por la inexperiencia la comida no deje de ser vendida. Tienen 20 rutas distintas, una de las más populares es la de Candelaria, “la negrita”, que hace dos meses llega a la esquina de la calle 80 con carrera 47.
Con una chaqueta impermeable, color azul turquí, la mujer se protege del sol durante el recorrido que hace para localizarse en ese punto, empujando el carrito número 19, en el que lleva 50 almuerzos variados.
“Aquí no quedan almuerzos, las pocas veces que no se venden todos, los empleados se llevan dos cada uno, o se los llevo a los coletos”, señala Grillo, quien también vende ‘corrientazos’ en la puerta de la casa, sobre una mesa cubierta por un mantel plástico blanco.
El microempresario sostiene que sus comidas no tienen nada que envidiarle a las de un restaurante de comidas ejecutivas, por ello cuenta con una aseadora que lava los pisos y limpia las paredes después de cada jornada, pasadas las 10:30 de la mañana.
Entre la cocina industrial, los implementos, los carritos, los uniformes y “el impulso de los primeros meses”, Grillo dice que ha invertido cerca de $100 millones. En un día recauda $3 millones 300 mil, de los cuales saca el gasto de agua, luz, gas, salarios e ingredientes. 
“El truco está en el volumen de compra. Todo es de buena calidad, el arroz, las papas... casi todo lo compro en Makro”, dijo el negociante, que no trabaja domingos, ni festivos.
La compra de los ingredientes la hace una vez por semana. Son 13 bultos de papa y otros 13 de arroz los que requiere para la preparación de mil almuerzos. No usan aceite, porque recuperan la grasa del pollo.   “Tengo ciertas técnicas que aprendí en el batallón”, señala Grillo.
El uniforme de esta tropa de soldados que busca ganarle la batalla al desempleo es amarillo, pues tratan de llamar la atención de quienes creen que menos de $5.000 no alcanzan para almorzar. Esos que aguardan fuera de las clínicas, universidades y oficinas.
El equipo está conformado por 27 personas que le dan la cara a la pobreza. Todos se resisten a ser parte de las cifras reveladas por el Dane, según las que la nueva tasa de pobres es de 30,6%. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario