sábado, 7 de marzo de 2015

El 'enlace' entre el diseño y la lectura web

La distribución de los espacios y contenidos incide en el comportamiento de los cibernautas

Los investigadores del Eyetrack notaron que la mayoría de los cibernautas se fijan con mayor frecuencia en la parte superior izquierda de las páginas web.
Ilustración: Éel María Angulo


Navegar en Internet y pasearse entre plantillas que parecen hermanas es el inicio de la travesía. Título, sumario, foto y que comience el desfile de párrafos interminables, publicidad intermitente y ventanas emergentes que flotan sin control de esquina a esquina de la pantalla. La duración de la tormenta de sonidos y promociones depende de cuánto tiempo nos lleve encontrar la salida, la equis.

Ubicar esa pequeña “aguja pixelada”, que algunos desarrolladores esconden entre un pajar de letras enormes y brillantes, es un reto. Tiene sentido, el negocio es que nos llegue el mensaje. Que compremos lo que ofrecen, que nos creamos el cuento de ser el visitante número 500.000 de la página del clima y de que el jugoso premio que acabamos de ganar por una fortuita visita digital cambiará nuestra vida real. Pero, y qué pasa cuando nos enfrentamos a un público saturado de modelos lineales.

Hacernos los de la vista gorda. Ignorar los avisos, así nos prometan bajarnos el cielo, es uno de los síntomas de la pandemia en línea a la que expertos llaman “ceguera digital”, la cual se expande a la velocidad de la conexión en red, y despierta el interés de la academia, que a través de la técnica del eye tracking identifica la ruta visual del lector cuando ingresan a un portal web.

Para profundizar en la incidencia del diseño web en el comportamiento de los usuarios, el centro de estudios de periodismo del Instituto Poynter, uno de los mayores referentes norteamericanos de formación periodística, realizó una investigación sobre el movimiento de los ojos de los cibernautas.

El patrón común que arrojó el estudio indica que la mayoría de las 46 personas que participaron de las pruebas técnicas fijó su mirada en los contenidos ubicados en la parte superior izquierda de cada página visitada.

Steve Outing y Laura Ruel, autores de Eyectrack III, el seguimiento a cómo lucen los sitios web a través de los ojos de los lectores, determinaron que las tipografías más pequeñas motivan la “visión enfocada”, que consiste en leer detenidamente cada frase, en no caer en el escaneo ocular de contenidos.

Si aterrizamos esta hipótesis a la rutina diaria de lectura digital tendríamos que admitir que en más de una ocasión hemos “escaneado” un sitio web y decidido en menos de 10 segundos que o su presentación o contenido no nos atrae. Esa es tan solo una respuesta a la necesidad de encontrar titulares y textos atractivos que, de acuerdo con Outing y Ruel, invade la red.

Si bien no existen normas concretas sobre la longitud ideal de los titulares, “la mayoría de la gente mira solo el primer par de palabras y solo sigue leyendo si es animada por ellas”.


La incredulidad de los usuarios en los avisos publicitarios que aparecen separados por líneas de los bloques de contenido editorial es otro de los males digitales que aquejan a la red, según el estudio, por lo que si piensa iniciarse como bloguero vale la pena que tenga en cuenta las siguientes recomendaciones:



miércoles, 25 de febrero de 2015

Periodismo y convergencia, del lápiz a la multimedialidad

Del lápiz a la grabadora; de la grabadora al smartphone; del smartphone a la multimedialidad.
 Ilustración: Éel María Angulo.




Trinar la noticia de última hora. Publicar fotos y videos. Editar audio. Contrastar fuentes. Ir al lugar de los hechos. Redactar sin que nada se escape. Mantenerse alerta. Aprovechar las herramientas digitales. Usar las redes para posicionar los sitios en línea. Interactuar con los lectores, que a su vez son productores de contenido. A eso se refiere ser convergente. 

Pese a que para algunos se trata de hacer más por el mismo sueldo, en el ejercicio es descrito como la manera de asumir la transformación del oficio. Trabajar con las reglas que implica vivir en la llamada “era de la información”.

Desde hace poco más de una década sociólogos europeos empezaron a referirse al término convergencia. Uno de los visionarios teóricos que se anticipó a las exigencias del mundo digital fue el español Manuel Castell, el quinto académico de las ciencias sociales más citado en el mundo, según el ranking de Social Sciences Citation Index 2000-2009, quien explica que la multimedialidad es la que marca la diferencia entre comunicar e informar.


Ya no es tan delgada la línea que separa el afán de los medios masivos por informar y la necesidad de los usuarios porque les comuniquen lo que ocurre. Supone la capacidad de no “tragar entero”. De argumentar,  atar cabos y no convertirse en simples transmisores al servicio de los intereses de las cabezas del poder. 

Ser mutimedial es pensar digital. Integrar la hipertextualidad a la rutina de comunicación. Enlazar contenidos. Hilar las herramientas, ir más allá de la imagen como complemento básico de una publicación. 

Si bien el imaginario colectivo de lo que significa ser periodista estuvo ligado durante años a la representación de un apasionado por la narración que paseaba las calles de las poblaciones para buscar historias "hasta debajo de las piedras", como decía el cronista Ernesto McCausland, la percepción de ese perfil cambió. 

Seguimos tachando frases, pero ahora en la pantalla. Hacemos borrón y cuenta nueva, pero sin necesidad de papel. Para grabar, editar y fotografiar basta con tener un solo aparato. La operación se simplificó, pero a la vez se extendió. El desarrollo de nuevas tecnologías expandió el rango de cobertura, nos presentó un mundo virtual que requiere del retrato de lo que sucede en tiempo real. Nos comprometió a hacerle frente, simultáneamente, al periodismo y a la convergencia. Nos exigió pasar del lápiz a la multimedialidad. 


miércoles, 18 de febrero de 2015

El ritmo del escritor

En la novela La caverna el escritor portugués José Saramago ejemplifica el sistema de puntuación que creó para usar coma en vez de punto o punto y coma, y mayúsculas en vez de comillas. 

Sea para denunciar el asesinato de niños por conflictos de tierra en cualquier departamento de Colombia, contar detalles sobre los carruseles de la contratación, anunciar el aumento del precio de la gasolina o compartir un chiste malo, es importante aprender a puntuar. 

Resolver el dilema de dónde va la coma y dejar en paz al Nobel Gabriel García Márquez, al no repetir como loros la excusa de que él también escribió un libro sin usar este signo de puntuación, es apenas el comienzo de la tarea para encontrar el llamado "ritmo del escritor".

No existen rótulos. Cada quien redacta como quiere, pero por respeto al lector es clave enamorarnos de las reglas que permiten que un texto pueda ser comprendido en distintas geografías. 

Esa ligereza con la que omitimos o repartimos comas para "indicar las pausas respiratorias", como lo enseñaron los profesores de la Escuelita de Doña Rita, motivó al bogotano Fernando Ávila a publicar un manual de puntuación "al derecho".

En 201 páginas Fernando Ávila explica cuántos tipos de coma existen, cuáles son sus diferencias y los cambios semánticos que producen. 

Dónde va la coma es uno de los textos guía de la asignatura de Prensa Escrita de la Especialización en Periodismo Digital de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano, dictada por el comunicador social Alejandro Guzmán, en la que una vez por semana 11 estudiantes de posgrado debaten sobre la utilidad de la gramática en la producción de contenidos para la web.

En palabras del escritor portugués José Saramago, ganador del premio Nobel de Literatura en 1998, las "frases de efecto", que tanto en periodismo como en literatura son consideradas como las "pepitas de oro" de los textos, son de las peores plagas mundiales, por lo que es preciso aceptar nuestro estilo, sin olvidar que como en cualquier oficio, escribir también requiere empezar por el principio, como si ese principio fuera la punta visible de un hilo mal enrollado del que basta tirar para llegar a la otra punta, la del final. 








martes, 27 de enero de 2015

San Basilio de Palenque, luces y sombras de un legado aborigen

El cuentero camerunés Boniface Ofogo estuvo en el Caribe para grabar un documental sobre el "puente cultural" entre África y los cabildos cimarrones de la región


Vino buscando un pueblo de cimarrones que conquistó su libertad desde hace 400 años, y que supo conservar todo el patrimonio y legado de sus ancestros africanos.

Sus ideas van más allá del registro audiovisual de esa legendaria resistencia a la esclavitud, aquella de la que el Joe nos hablaba en medio de su rebelión musical.

Nació en una aldea de Camerún, en África Central, tiene 47 años y la mayor parte de su tiempo la dedica a la cuentería, oficio con el cual ha logrado viajar por todo el mundo llevando las historias de su pueblo.

“Yo cuento a África, para las demás historias ya hay mucha gente a su servicio, me dedico a esto porque África necesita ser contada y muchas veces no se hace bien. Yo soy hijo de África y hablo por ella”, explicó Boniface, quien por primera vez, de las 13 que ha visitado Colombia, vino con un objetivo distinto al de promover el valor de la oralidad y la palabra.

El encanto del Caribe lo sedujo, mostrándose en forma de etnia, por ello a finales del 2012, dejó su residencia en la capital de España, para venir por su cuenta a hacer realidad su sueño de construir un puente cultural entre el corregimiento de San Basilio de Palenque y Camerún.

La primera vez que pisó la capital del Atlántico fue en septiembre del 2005, cuando vino a participar en el festival El Caribe Cuenta, después de hacer una gira por todo el país.

“Cuando llegué a Barranquilla me di cuenta que era diferente al resto, porque aquí encontré a mis hermanos africanos. Eso se respira por la calle, en las personas, en la música, en el ritmo, en el calor”, expresó entre risas. 
La pieza audiovisual que está produciendo obedece a un solo motivo, mostrar, como su título lo indica, cómo sobrevive "Un pedazo de África en Colombia‟.
Para hacer realidad la propuesta y convertirla en las 20 horas de grabación con las que ya cuenta, inició visitando la población. “Cuando me hablaron de su existencia me prometí a mi mismo que tenía que visitar un día ese pueblo. El año pasado cumplí el sueño, fui a hacer una visita solemne, como la de un hermano, porque eso es lo que soy, y vi que ellos mantienen intacto el sueño de África, mantienen intacta la ilusión de conocerla, escuchan su música, se sienten africanos y dicen que al morir no van al cielo sino que se van a África”, relató.

El rodaje de la historia, que inició el 1 de septiembre de 2012, en las calles de San Basilio y continuó el 12 del mismo mes, en el Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque, cuenta cómo un nativo africano llega allí, cómo lo reciben y le adoran porque ven en él a un ancestro.

“Lo que buscamos es mostrar la huella de África y su influencia, planteando una mirada crítica sobre la historia y la realidad socio política de este pueblo”, sostiene Fernando Cárdenas, camarógrafo del proyecto.

Según Boniface, África es como la raíz y Palenque, su fruto, filosofía que le bastó para decidirse a orientar sus esfuerzos para exaltar sus costumbres, todo con la colaboración de la fundación cultural Luneta 50, la Alcaldía de Barranquilla, el Consejo Comunitario de San Basilio de Palenque, la Corporación Cultural Nave y la corporación Jorge Artel, de Cartagena.

Patrimonio cimarrón. El escenario central del documental, son las calles del cabildo cimarrón que fue fundado por los esclavos que se fugaban de la opresión que vivía Cartagena, y que se refugiaban en las faldas de los Montes de María, San Basilio de Palenque, pueblo que fue declarado por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por ser considerado como el primer pueblo libre de América.

“Palenque es un concepto que va más allá del territorio propio”, es lo que manifiesta Ofogo, y para demostrarlo contó con el testimonio vivo de artistas, sabios, rezanderas, picoteros, amas de casa, niños, curanderas y ancianos, quienes dieron su opinión sobre el valor de la tradición que los une.

Palenque, el original y el del éxodo. Una de las particularidades del largometraje, es que además de fundamentarse en la perspectiva de los nativos, se introduce en los asentamientos asilados.

“Mostramos el Palenque original, y el Palenque del éxodo, esos de la gente que habita en los barrios de Cartagena y de Barranquilla y que representan la prolongación de nuestras costumbres”, puntualizó Ofogo. Desde Petrona Martínez, hasta los miembros del Sexteto Tabalá dejaron claro el porqué demuestran con orgullo la riqueza de su herencia negra.

‘Zangalewa’ y olvido. “Cuando Boniface vino por primera vez a Barranquilla, le obsequié un disco que sabía que ya en África no escuchaban, el de Zangalewa, y él se llevó una gran sorpresa cuando lo reprodujo en Madrid”, contó Cárdenas.

La popular canción que décadas atrás hacía parte del repertorio africano y que servía como pista de marcha para los soldados con su pegajoso “Zamina mina Zangalewa...” hoy hace parte del olvido.

“Ya nadie escuchaba eso en Camerún, y aquí aún se baila en las discotecas, aquí son más celosos de este patrimonio, lo conservan mejor, por eso la iniciativa es llamar la atención de los africanos para que vean que tenemos cosas que no valoramos por estar obsesionados con las modas europeas y norteamericanas, mientras aquí hay un suceso muy bonito, hay gente que se desvive por esto”, comentó Ofogo.

Sobre las danzas explicó que, “en el Carnaval de Barranquilla el mapalé es como si no hubiera pasado por el filtro del tiempo”, ya que es exactamente idéntico al de su pueblo.

Pese a que es cuentero de oficio y tan solo lleva tres años en el campo de la realización fílmica, manifiesta que es una persona a la que le gustan los desafíos y que no se detiene a pensar si se puede o no lograr algo. “Soy un hombre de palabra, porque vivo de ella contando cuentos, de hecho esta es la primera vez que vengo a Colombia con un objetivo diferente a la cuentería”, dijo.

Orfely María Rueda, la productora paisa que lleva las riendas del proyecto, relató que cuando conoció a Boniface en Medellín, en el festival Entre Cuentos y Flores, África llegó de otra manera a su corazón, “sentí una manera diferente de verla cuando me contó la propuesta, y cuando lo nombraron en Barranquilla embajador cultural de África en Colombia, todo me hizo pensar que así mi piel sea blanca esto es parte de mi origen y que todos somos hermanos”.

Se ha hablado mucho de reivindicar la raza negra y su importancia, pero el hecho de que sea un africano el que venga a impulsar el interés por estas poblaciones significa mucho. A su terminación, a mediados del 2013, el documental será expuesto en Madrid y otros países de Europa.

El equipo estuvo grabando durante los días de Carnaval, pues de acuerdo con Boniface, “si se suprime la presencia afro, el Carnaval de Barranquilla no sería igual”.

Igualdad ante la muerte. Antes de esta propuesta audiovisual, Ofogo produjo otro documental llamado „En memoria‟, un homenaje a su padre, que narra la importancia de la oralidad y su impacto en los ritos de cómo se despide a un hombre sabio tras su muerte, el cual reprodujo en Palenque, llevándose la alegría de que son las mismas costumbres fúnebres, “somos la misma gente, solo la historia nos separó”.

Texto publicado en diario El Heraldo (Barranquilla) el 5 de marzo de 2013. 




domingo, 25 de enero de 2015

Artistas coreanas en ‘La Tierra del Olvido’

Llegaron a Latinoamérica en busca de ese mágico país al que un hombre de cabello rizado y pantalones cortos llamó ‘La Tierra del Olvido’, y aunque no precisamente visitaron Ciudad Perdida, se encontraron con el municipio que pareciera evocar las mismas expresiones de Carlos Vives: Puerto Colombia, pues tanto él como su muelle han quedado sumergidos en la desidia.
Ver cómo la luna del Caribe alumbra por la noche los caminos, cómo el sol espanta al frío y cómo el mar espera al río, las motivó a viajar desde Seúl hasta Colombia, y lo hicieron junto al instrumento insignia de su país, el gayageum.
Primero visitaron Armenia, donde se presentaron interpretando temas instrumentales, y el 24 de enero en la Plaza Principal y punto de encuentro de los porteños, ante los ojos de amantes de la cultura dieron muestra del magistral resultado que se obtiene, cuando comunicarse es posible gracias al lenguaje universal de la música.
Con las cuerdas del gayageum tocaron las notas de la melodía vallenata de La Tierra del Olvido, tema con el que lograron que decenas de palmas chocaran para exaltar la aventura musical.
Ye-na Lee, líder del grupo, estudió composición, y al igual que Mi-hyun Park, Jung-ah Song y Ji-yeong Jang es master en música de la Universidad Nacional de Seúl, ciudad donde sus vidas transcurren entre ensayos y presentaciones, con un solo objeto: promover el rescate de las tradiciones musicales de su país.
“Hemos hecho muchos amigos colombianos. Cuando llegamos notamos que todos eran muy amables. Lo que más nos gusta de Colombia son tres cosas: su gente, las arepas de huevo y la naturaleza”, expresaron las mujeres que formaron su agrupación desde hace dos años, y que se presentaron con la banda de Edwin Maturana.
Durante su visita, las integrantes Gayageum Ensemble 280, además de practicar las partituras de temas como Colombia Tierra Querida, aprendieron a hacer arepas de huevo, y aunque no dominan el español, para comunicarse no tuvieron problemas, pues entre risas y gestos, supieron descifrar los mensajes de quienes impactados, las seguían con la mirada, al verlas pasear con desparpajo por el malecón, desde donde hoy se aprecia incompleta la estructura que una vez fue símbolo de progreso.
“Lo que hicimos fue traerlas con el apoyo de una red de artistas latinoamericanos, porque ellas querían conocer la música del Caribe. Durante una semana trabajaron en la Casa de la Convivencia de Puerto Colombia para preparar la presentación de las canciones nacionales que interpretarían”, explicó María Isabel Rueda, gestora de espacios de arte independiente.
Del cálido clima atlanticense quedaron enamoradas, y aunque sus elegantes y coloridas túnicas contrastaban con el paisaje, lo portaban orgullosas, haciendo gala de su procedencia. “En nuestro país los jóvenes no se interesan tanto por la tradición como aquí, eso nos gusta de Colombia”, explicó Ye-na Lee, de 24 años.
Cambiaron la imagen del río Hanshui cruzando Seúl, por conocer el Magdalena y hacer parte del que denominaron como un laboratorio musical. “No solo ellas experimentaban con nuevos ritmos, sino que les mostraban sus métodos a los artistas locales. Fue un intercambio cultural, porque ellos realmente se hablaban a través de la música, ya que las notas no las podíamos traducir. Todos se entendían por medio de sonidos”, dijo Rueda.
Millo a primera vista. El sonido del pito de caña, popular de nuestra Región, las dejó impresionadas, por ello no perdieron la oportunidad de jugar con sus notas. “Ellas nunca habían visto una flauta de millo, entonces con los acordes que les enseñaban pensaban qué partes podían funcionar con su instrumento (gayageum). Su cultura es tan estricta, que no podían creer que los músicos sabían tocar sin haber estudiado, que habían aprendido el arte de sus abuelos” relató María Isabel, quien trabajó con la Fundación Puerto Colombia para hacer posible el encuentro.
Las curiosas reacciones provocadas por las surcoreanas fueron registradas por la brasileña Lorena Pasanesse, quien está preparando un documental sobre la experiencia del cuarteto en nuestra tierra.
Según Rueda, lo que se quiere es que en Puerto Colombia empiecen a pasar cosas interesantes. “Queremos cambiar la escena cultural, recuperar el valor folclórico. Este fue un territorio que abrió las puertas al progreso y a todos los emigrantes, y que no merece quedar relegado”, concluyó, mientras las delicadas orientales coqueteaban con la brisa y sus imponentes instrumentos, sintiéndose parte del trópico.
Texto publicado en el diario El Heraldo, Barranquilla (Colombia), el 4 de febrero de 2013. 
Enlace web:

El grafiti se hizo verbo sobre las parroquias

La pictórica urbana que invade la mayoría de los templos católicos del centro y sur de Barranquilla es condenada por Iglesia y ciudadanía

La conciencia no les arde de día y las manos no les tiemblan durante la madrugada, cuando aprovechan la complicidad de la penumbra para estampar con aerosol declaraciones de amor, firmas de barras bravas y hasta trasnochadas sentencias marxistas sobre las paredes de las parroquias del centro y sur de Barranquilla.
Los feligreses más veteranos los llaman “vándalos”, y algunos sacerdotes dicen que son raperos, pero ellos se describen a sí mismos como “artistas”. Y aunque se niegan a identificarse y rechazan las acusaciones en el sentido de que violan las normas urbanas con sus intervenciones en puntos como la Catedral Metropolitana, la luz del día revela que sus reuniones nocturnas solo buscan dejar símbolos casi que indescifrables sobre las iglesias.
Para el fray Albeiro Rodríguez Pérez, el hecho que se registró el martes en la parroquia del barrio San Luis Beltrán, en el que el tono beige del templo fue mancillado por el mensaje de un joven llamado ‘Migue’, que escribió a lado y lado de la entrada el mensaje “Eres todo pa mí, Kamilita...Te amo”, es muestra de la falta de sentido de pertenencia de la juventud por las “casas de Dios”.
“Estamos preocupados por la indiferencia e irresponsabilidad de las personas que se dan cuenta de lo que ocurre y, por temor, no acuden a las autoridades o no dan una voz de aviso. En esta esquina siempre se ubican algunos ‘dizque cantantes’ de rap, que a lo que se han dedicado es al consumo de sustancias psicoactivas”, explica el sacerdote, miembro de la orden de predicadores Padres Dominicos.
Tal como la parroquia San Luis, ubicada en la carrera 3C con calle 91, donde también funciona el colegio San Alberto Magno —creado por la misma orden de dominicos—, también hay otras que sufren el flagelo del vandalismo y cuyo aspecto ha sido deteriorado por rayones que desdibujan el respeto por la religión.
Imagen enlodada. Según Isabel Goenaga, quien desde hace más de 14 años asiste a misa en la parroquia Nuestra Señora de Chiquinquirá, grafitis como el que recibe a los creyentes que ingresan por la calle Murillo, el cual reza: “opio del pueblo”, enlodan la imagen de la iglesia.
“Ni qué decir del que pintaron con la frase ‘Dios es amor’. Si saben que Él es amor, ¿por qué no lo demuestran respetándolo?”, pregunta Goenaga.
En sectores como Boston, también se aprecian las señales dejadas por esta tribu urbana:  en el parqueadero de la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, las firmas parecen ser utilizadas como una manera de “marcar territorio”.
De acuerdo con monseñor Víctor Tamayo, a esta competencia entre grafiteros se le puede aplicar la conocida ‘Regla de Oro’: “No hagas a los otros lo que no quieres que te hagan a ti”.
“Es muy triste que en un barrio que es pobre y que hace todo el esfuerzo por tener su templo bien limpio, como San Luis, llegue una persona y, en un momento, dañe todo. Si fuera un aviso o mensaje de bienestar para el pueblo, sería diferente”, puntaliza Monseñor.
Con las uñas. Como la mayoría de las parroquias no cuentan con un presupuesto amplio, a medida que se va cayendo la pintura los sacerdotes organizan bazares y campañas durante las que invitan a los vecinos a contribuir para mantenerlas en buen estado.
Uno de los mensajes más rebeldes consignados en la arquitectura de la parroquia Nuestra Señora del Rosario, es el de “Dios bendiga este negocio”. Al leerlo, José Castañeda, morador del sector de la calle 42 entre carreras 45 y 46,  asegura que el atrevimiento ya ha sobrepasado límites impensables.
“Esto no debe ser permitido, deben respetar el templo. Los que los hacen son puros ‘pelaos’ entre 14 y 15 años y creo yo que hasta más pequeños”, asegura un residente de San Luis, que prefiere no revelar su identidad para evitar que su vivienda sea tomada como lienzo por las bandas de su barrio.
“Todos perdemos con estas acciones. Deben dejar estos malos hábitos y respetar la propiedad de la comunidad. Hay que valorar el significado de las parroquias, porque son las casas de Dios en medio de las casas de los hombres. Por eso, deben ser lo más limpio y atractivo”, remata Tamayo, obispo auxiliar de Barranquilla.
Texto publicado en el diario El Heraldo, Barranquilla (Colombia), el 26 de enero de 2014. 


Villancicos, al son de las maracas y el cuero de ‘tambó’

Los instrumentos musicales no pierden vigencia entre los fieles que rezan la Novena al compás de coros en vivo, en Tubará

Monte adentro, en los terrenos conocidos como San Luis, vivían hace 34 años Absalón Martínez Pérez y Lucila Vargas Blanco, antes de que decidieran criar a sus nueve hijos bajo el techo de la finquita de cercas de palo, bejuco y alambre de púas ubicada a poco más de tres kilómetros después del corregimiento de Cuatro Bocas, en la vía que comunica a Barranquilla con el municipio de Tubará, donde se mudaron y crearon el Taller San Martín.
El pavo que se pasea por el rancho donde cocinan los Martínez corre peligro, pues pronto será Navidad. Sus graznidos parecieran clamar piedad para que las plumas negras no se desprendan de su pellejo durante los preparativos del banquete de Noche Buena de Marcos, el hombre de 53 años que se convirtió en la cabeza del negocio de elaboración de maracas, tambores, guaches y flautas de millo desde el año 1991, cuando este proyecto participó por primera vez en Expoartesanías.
“Mi papá aprendió a hacer instrumentos con un tío que se llamaba Ramón. Él tenía un tambor que intenté afinar una vez, pero se le partió el aro, entonces para que no me regañara busqué un bejuco y lo armé así como lo tenía. Nunca se dio cuenta de que lo dañé, fue ahí cuando empecé. Ya me atrevía a decirle: papi, yo lo hago”, explica el artesano que según libros como Son de Amor, editado por Heriberto Fiorillo, y Tradiciones Folclóricas del Departamento del Atlántico, de Samuel Tcherassi, logró “sacar la música de los árboles”.
La gente dice que su mejor temporada es la de los carnavales, y no se equivoca, pero de acuerdo con Adriano Félix Martínez, Henry Enrique Orellano y César Augusto Escalante, hermano, sobrino y cuñado de Marcos, el primero de 50 años, el segundo de 28 y el último de 54, la buena racha comienza con las ventoleras decembrinas.
“Nuestras maracas se siguen vendiendo para las novenas. Las hacemos en totumo, lo atravesamos con una varilla como de cuatro milímetros y le sacamos la tripa, luego lo ponemos al sol para dejarlo secar. Algunos para ahorrar les echan piedras chinas, nosotros no cambiamos las semillas de capacho, por eso el sonido es mejor”, apunta Marcos, quien recuerda que apenas llegaba a los 11 años cuando armó su primer instrumento.
Tamboritas de 11 pulgadas y pequeños “alegres”, son los más solicitados por los devotos que prefieren corear sus villancicos e invitar a Jesús a que no tarde tanto en llegar a sus almas al son de las maracas y del cuero de un buen tambor.
Los miembros de esta talentosa dinastía de atlanticenses coinciden en algo más que en el amor por el folclor, y es en la percepción frente al futuro de la industria artesanal. “La gente hoy en día busca algo más económico, pero nuestros clientes son fieles a lo tradicional. Hay familias que para rezar la Novena llevan equipos y ponen discos, pero no es lo mismo que tocar en vivo”, sostienen.
Sobre el lomo de un burrito, que no precisamente va camino a Belén, transporta Escalante la motosierra con la que tala las ceibas amarillas, bancos y caritos con los que elabora los vasos de los tambores.
“Anteriormente se hacían tamboras enormes, que medían 50 centímetros y que se convirtieron en un encarte porque es incómodo llevarlas y no caben en los baúles de los carros, pero se han dado cuenta de que una pequeña de buena madera y cueros da buen sonido. Eso es lo que exigen en Barranquilla, que se escuche fuerte el golpe”, afirman.
Cuando la época está buena casi no descansan, “solo dormimos un rato por la noche”. Inician la jornada a las 5 a.m. cortando troncos; de uno alto y macizo pueden llegar a sacar hasta 15 tambores, pero es en covar y cepillar la madera en lo que más invierten tiempo. El corazón de los pedazos lo sacan golpeando con una pala de acero, tarea que se lleva mínimo una hora por base.
“Me angustia pensar que se nos acabe la materia prima, principalmente la madera, siento que cada día que pasa se agota más, aunque hay muchas formas de reforestar, nosotros lo hacemos sembrando árboles de carito e invitamos a que lo hagan también los demás”, concluye Marcos, al tiempo que remacha con un viejo martillo los bordes del guache inoxidable con el que algún grupo de millo hará que en este fin de año a más de uno las piernas le bailen solas.
Texto publicado en el diario El Heraldo, Barranquilla (Colombia), el 22 de diciembre de 2013.