domingo, 25 de enero de 2015

Villancicos, al son de las maracas y el cuero de ‘tambó’

Los instrumentos musicales no pierden vigencia entre los fieles que rezan la Novena al compás de coros en vivo, en Tubará

Monte adentro, en los terrenos conocidos como San Luis, vivían hace 34 años Absalón Martínez Pérez y Lucila Vargas Blanco, antes de que decidieran criar a sus nueve hijos bajo el techo de la finquita de cercas de palo, bejuco y alambre de púas ubicada a poco más de tres kilómetros después del corregimiento de Cuatro Bocas, en la vía que comunica a Barranquilla con el municipio de Tubará, donde se mudaron y crearon el Taller San Martín.
El pavo que se pasea por el rancho donde cocinan los Martínez corre peligro, pues pronto será Navidad. Sus graznidos parecieran clamar piedad para que las plumas negras no se desprendan de su pellejo durante los preparativos del banquete de Noche Buena de Marcos, el hombre de 53 años que se convirtió en la cabeza del negocio de elaboración de maracas, tambores, guaches y flautas de millo desde el año 1991, cuando este proyecto participó por primera vez en Expoartesanías.
“Mi papá aprendió a hacer instrumentos con un tío que se llamaba Ramón. Él tenía un tambor que intenté afinar una vez, pero se le partió el aro, entonces para que no me regañara busqué un bejuco y lo armé así como lo tenía. Nunca se dio cuenta de que lo dañé, fue ahí cuando empecé. Ya me atrevía a decirle: papi, yo lo hago”, explica el artesano que según libros como Son de Amor, editado por Heriberto Fiorillo, y Tradiciones Folclóricas del Departamento del Atlántico, de Samuel Tcherassi, logró “sacar la música de los árboles”.
La gente dice que su mejor temporada es la de los carnavales, y no se equivoca, pero de acuerdo con Adriano Félix Martínez, Henry Enrique Orellano y César Augusto Escalante, hermano, sobrino y cuñado de Marcos, el primero de 50 años, el segundo de 28 y el último de 54, la buena racha comienza con las ventoleras decembrinas.
“Nuestras maracas se siguen vendiendo para las novenas. Las hacemos en totumo, lo atravesamos con una varilla como de cuatro milímetros y le sacamos la tripa, luego lo ponemos al sol para dejarlo secar. Algunos para ahorrar les echan piedras chinas, nosotros no cambiamos las semillas de capacho, por eso el sonido es mejor”, apunta Marcos, quien recuerda que apenas llegaba a los 11 años cuando armó su primer instrumento.
Tamboritas de 11 pulgadas y pequeños “alegres”, son los más solicitados por los devotos que prefieren corear sus villancicos e invitar a Jesús a que no tarde tanto en llegar a sus almas al son de las maracas y del cuero de un buen tambor.
Los miembros de esta talentosa dinastía de atlanticenses coinciden en algo más que en el amor por el folclor, y es en la percepción frente al futuro de la industria artesanal. “La gente hoy en día busca algo más económico, pero nuestros clientes son fieles a lo tradicional. Hay familias que para rezar la Novena llevan equipos y ponen discos, pero no es lo mismo que tocar en vivo”, sostienen.
Sobre el lomo de un burrito, que no precisamente va camino a Belén, transporta Escalante la motosierra con la que tala las ceibas amarillas, bancos y caritos con los que elabora los vasos de los tambores.
“Anteriormente se hacían tamboras enormes, que medían 50 centímetros y que se convirtieron en un encarte porque es incómodo llevarlas y no caben en los baúles de los carros, pero se han dado cuenta de que una pequeña de buena madera y cueros da buen sonido. Eso es lo que exigen en Barranquilla, que se escuche fuerte el golpe”, afirman.
Cuando la época está buena casi no descansan, “solo dormimos un rato por la noche”. Inician la jornada a las 5 a.m. cortando troncos; de uno alto y macizo pueden llegar a sacar hasta 15 tambores, pero es en covar y cepillar la madera en lo que más invierten tiempo. El corazón de los pedazos lo sacan golpeando con una pala de acero, tarea que se lleva mínimo una hora por base.
“Me angustia pensar que se nos acabe la materia prima, principalmente la madera, siento que cada día que pasa se agota más, aunque hay muchas formas de reforestar, nosotros lo hacemos sembrando árboles de carito e invitamos a que lo hagan también los demás”, concluye Marcos, al tiempo que remacha con un viejo martillo los bordes del guache inoxidable con el que algún grupo de millo hará que en este fin de año a más de uno las piernas le bailen solas.
Texto publicado en el diario El Heraldo, Barranquilla (Colombia), el 22 de diciembre de 2013. 


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