miércoles, 24 de septiembre de 2014

Recuperadores, los ‘negociantes’ de los daños


Estos padres de familia son expertos en el ‘arte’ de remendar y hacen parte del 53,65% de hombres con empleo informal en Barranquilla y el área metropolitana


Escondidos en puntos apartados de Barranquilla o en medio del tumulto del mercado. Allí, donde el dinero escasea y la primera opción nunca es desechar, se encuentran estos cuatro ‘rescatistas’ de elementos comunes.
Son salvavidas empíricos que le apuestan a la filosofía de la reutilización. Aunque saben poco de ecología, remiendan, componen o “emparapetan” sombrillas, trasmallos, llantas y gafas, todo con el fin de sacar de apuros a sus clientes a cambio de unos pocos pesos.
Son cabezas de familia, hacen malabares para estirar el presupuesto y forman parte de las altas tasas locales de subempleo. Según el estudio sobre Dinámicas del mercado laboral en Barranquilla y su área metropolitana, realizado por Fundesarrollo y Barranquilla Cómo Vamos, el 53,65% de hombres en la ciudad no tiene empleo formal y en la misma situación está el 56,04% de las mujeres.
Este diario muestra hoy cuatro casos de estas personas que se ganan la vida ‘resucitando’ todo tipo de objetos que para muchos se vuelven desechos, haciendo uso de rudimentarias, pero efectivas técnicas de reparación. 
Martín Caballero, un tejedor de trasmallos 

El nudo ‘moreno’ es su especialidad. Sus 59 años los ha vivido entre el río y el mar, tejiendo trasmallos y pescando. Tanto a él como a sus hijos los conocen como los ‘mojarros’, en Las Flores, donde tienen su casa de tablas al pie de Puerto Mocho, pues eran los que más capturaban este tipo de peces.
Su nombre es Martín Caballero Mariano, y reparando redes de pesca sacó adelante a su familia. Su única herramienta es una aguja de tejer que hizo artesanalmente, con pedazos de plástico sujetos con cinta adhesiva. El nailon no le falta. Una vez al mes recorre el centro de Barranquilla para comprar docenas de rollos y no quedar sin reservas por si le salen “trabajitos extra”. Asegura que la diferencia entre los trasmallos es su calado, el tamaño de la malla.
“Para coger corvina la propia es la de tres pulgadas, y para pescao grande, como el jurel, la de ocho pulgadas”. El arreglo del más pequeño puede llevarle una semana y el de los más extensos hasta un mes. Los más usados en Bocas de Ceniza superan las cuarenta brazas, cerca de 60 metros de largo,y la elaboración de nudo por nudo resulta tediosa. Para evitar que se enreden, los cuelga sobre los árboles con ayuda de clavos de acero. Tiene cuatro hijos.
Reposa poco, solo a las 5 de la tarde, su hora de dormir. Para él, las causas de ruptura de las redes son la basura, los troncos y el choque de los peces grandes tratando de comerse a los pequeños que quedaron atrapados. Por una “compostura” de 15 días, como le llama a su tarea, cobra alrededor de $400 mil.
“Hay gente viva que no quiere pagar y acuerda por menos de la mitad. Normalmente son $40 mil por día, y para que no les salga tan caro le dan a uno solo $200 mil”, señala el hombre que con pecho descubierto disfruta de la brisa costera mientras remienda cada hueco del trasmallo. 
Jesús Iglesias, al rescate de las sombrillas

Todas tienen arreglo. No hay varilla partida, mango fisurado o forro roto que Jesús Antonio Iglesias, conocido en el sector de El Boliche como el ‘rescatista de sombrillas’, no pueda reparar. A su pequeño ‘quirófano’, ubicado en la calle 29 con carrera 21B, llegan a diario mujeres –especialmente– que cuidan estos elementos como tesoros invaluables y que buscan en las manos de Iglesias la solución para que el paso del tiempo no logre cerrarlos.
Para él no hay temporada mala. “Si llueve los usan y si hace sol también”, sostiene este barranquillero de 59 años que desde hace tres décadas se dedica a este peculiar oficio, a cambio de entre mil y cuatro mil pesos por servicio, dependiendo del daño que atienda. Por su rapidez lo apodan el ‘Chunchinchán’, porque en par patadas es capaz de entregarlos como nuevos.
Sin embargo, cuando la avería es grave y el armazón está completamente partido, puede tardar hasta tres horas dedicado a un solo ‘paciente’. Comienza su labor a las 8 a.m., luego de pasar cerca de 35 minutos a bordo de un bus de Coolitoral que lo lleva desde su casa, en el barrio Los Olivos, al mercado. No tiene sueldo fijo. Tiene seis hijos.
El día que le va, como él dice, igual que los perros en misa, regresa con $10 mil en sus bolsillos. Sus clientes fieles son los rematadores de mercancía, que le llevan sombrillas en cantidad. “El mes pasado me trajeron 150. Esos los arreglo a $500 o a $1.000, depende de cómo estén. Lo más dañados los cobro a $4 mil”, dijo. Cose con evidente destreza. Teje con hilos de una resistencia de 100 libras, para que su trabajo dure, y afirma que las sombrillas no tienen la calidad de antes.
“Ahora las varillas las hacen de pura latica”, remata Jesús, que aprendió esta labor con la guía de Miguel Guadrón. “Lo veía, él los arreglaba aquí, en este puesto. Cuando se enfermó, la gente seguía viniendo y yo los empecé a recibir”.
Édgar Mendoza y las llantas de las mulas

Es un Hércules criollo. Levanta al menos seis llantas de tractomula en cada jornada y las empuja hasta Nueva Vida, su taller, ubicado a un costado de la vía Oriental, que comunica Barranquilla con Ciénaga, a la altura del kilómetro dos, después del puente Pumarejo. Allí, es reconocido por ser el ‘ángel’ nocturno de los conductores.
Nació en Plato, Magdalena, tiene 42 años y hace 14 pone parches a las llantas dañadas, con la ayuda de tres trabajadores más, las 24 horas. Con una pistola neumática y mangueras de aire repara daños provocados por la incrustación de puntillas o varillas. “Las de las mulas no tienen neumático, por eso hay que reparcharlas con retazos”, explica.
Por el arreglo más sencillo, el de una moto que llegue con la llanta desinflada, cobra $3 mil, pero hay daños que van hasta los $150 mil. “Cuando quedan algunos varados en la carretera, salgo a auxiliarlos”, comenta el hombre que vive a dos cuadras de la troncal. Pasa más tiempo en la llantería que en su casa. Se casó dos veces. Tiene 10 hijos. Aprendió este oficio de su hermano, que tenía un negocio similar.
“Por curiosidad me la pasaba mirando cómo reparaban las más grandes”, dice. Cargadores, montacargas y mulas son los que más lo visitan. Su apariencia es ruda. Sus manos permanecen cubiertas de polvo y grasa. Sin alas y con gatos hidráulicos alcanza la meta en el menor tiempo, tapar los orificios y poner a rodar de nuevo a los vehículos. 
Especialidad: poner tornillos de gafas

El día que un oficial de Policía lo llevó hasta la estación de la Cervecería Águila y lo retuvo durante varias horas, acusándolo de no querer entregarle sus gafas, Rafael Hoyos Trespalacios entendió que dedicarse a reparar lentes en el Centro de Barranquilla también tiene su riesgo. A este dicharachero amante de la música de la Sonora Matancera, que nació en Altos del Rosario, Bolívar, lo conocen como el Negro.
Hace 37 años resuelve los afanes de quienes pierden el tornillo que sujeta las ‘patas’ a la montura de sus lentes, o de los que por descuido les arrancaron la nariguera. Dicen que en ese sector no hay nadie mejor que él. Sus clientes reconocen que es todo un experto. Tiene un hijo. Todavía recuerda la primera vez que reparó una gafas. “Fue el 19 de noviembre de 1977.
Al principio fue un poquito duro, a veces partía los vidrios y me tocaba comprar unas gafas nuevas para reponerlos”, dice. Vive en el barrio Costa Hermosa, en la carrera 44 con calle 27. Llega a su puesto a las 6 de la mañana. No tiene necesidad de hacerlo, pero ya es costumbre. Los sábados de Carnaval trabaja hasta el mediodía, luego de eso suspende sus labores para entregarse a la fiesta.
En su oficio usa pinzas, biseladora, máquina de soldar y destornilladores. Hace diez años cobraba $50 por el cambio de un tornillo, hoy cobra mil. Sus vecinos nunca lo han visto enojado. Con una carcajada revela el secreto de su entusiasmo, un ‘tronco’ de desayuno, puro “pescao frito con yuca”. 
Texto publicado en el diario EL HERALDO el 22 de junio de 2014. Barranquilla, Colombia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario