domingo, 5 de octubre de 2014

El negocio del alquiler de carretillas



En el mercado de Barranquillita las ofrecen por $4.000 el día. Ya los carretilleros no las arman en sus casas, como solían hacerlo




Desde las dos de la mañana, Hernando Soto y otros 20 cargadores de bultos hacen fila afuera del parqueadero Los Compadres, en la polvorienta cuadra de la parte de atrás de la Cervecería Águila, para alquilar una de las 70 carretillas de ‘El propio Nil’.

Por mediodía de alquiler pagan $3.000. Cada uno gana en promedio $10.000 en cada ‘carrera’. La mayoría de los ‘viajes’ que hacen van desde la plaza de El Boliche hasta el Paseo Bolívar. Dicen que si les toca llevar mandarinas salen premiados, porque en el camino aprovechan y se comen unas cuantas.

El dueño de la flota es Nilson Muñoz. Tiene 47 años. Su negocio comenzó en 1988, cuando se aburrió de vender pescado y armó su primera carretilla. A los pocos días una tractomula la destrozó en un accidente. El conductor le pagó los daños y con ese dinero armó dos carretillas nuevas. Trabajaba con una y alquilaba la otra.

Durante los primeros meses ahorró el dinero que le pagaban por el alquiler, que en esa época no superaba los $1.000 diarios.

El pequeño “emporio” de carruajes de palo fue creciendo poco a poco. Cuando llegó a tener las primeras 10 carretillas, hace ocho años, el tamaño del patio de la casa en la que vivía con su familia en el barrio Don Bosco dejó de ser suficiente, entonces se mudó a un parqueadero junto al caño de Barranquillita, una de las principales zonas de descargue de abarrotes de la ciudad, en la ribera del Magdalena.

En el parqueadero hoy tiene una sierra eléctrica para cortar la madera con la que fabrican las carretillas. Los trabajadores las ensamblan sobre el piso de arena del patio. La estructura de cada una está compuesta por una fila de varillas que lleva por debajo, cuatro llantas con ocho balineras y una cabrilla.

En un día bueno este emperador de las carretillas gana hasta $210.000, si alquila las 70. Los mejores son los lunes, miércoles y viernes, porque entra la carga al mercado y los tenderos llegan a Barranquillita para surtir sus negocios.

La administradora de esta “empresa de transporte con balineras” es Ana Lucía Cruz,  la esposa de Nil. Tiene 55 años. Es la reina, la que manda. No tiene trono, solo un viejo taburete en el que se acomoda para trabajar. Ambos son junioristas, por eso pintaron las carretillas con los colores del equipo, rojo y blanco.

La mayoría de los carretilleros que se dedican al transporte de frutas y verduras en Barranquillita no recogen tablas en la calle para armar sus carros, sino que las alquilan, contrario a lo que piensan ciudadanos como Carlos Salcedo, quien pasaba por el sector para comprar aguacates.

El negocio es redondo. Muñoz no se mueve de su casa, los cargadores llegan hasta su mesón de madera para que los anote en la planilla y les permita llevarse una de las carretillas marcadas con números blancos. Su flota completa cuesta unos $21 millones.

La inversión en los materiales para construir una es de $300.000. Dice que lo hace con madera legal que compra en un aserradero en el centro de la ciudad y que por eso le salen buenas. La vida útil de una a la que le den uso diario de lunes a viernes puede extenderse hasta el año y medio, si no la exponen a la humedad.

La peor temporada del negocio es en invierno. Los carretilleros las meten en los arroyos y les dañan las balineras al tratar de atravesar  charcos con piedras y escombros.

En la reparación de cada carretilla, Muñoz puede gastar entre $30.000 y $70.000. Renueva la flota cada ocho meses. “Mete” nuevas cada vez que puede. No quiere perder su título. Se resiste a dejar de ser el ‘zar’ del sector.

A todo le saca partido. Es un negociante de pies a cabeza. Cobra $700 por el uso del baño, porque “los carretilleros también necesitan asearse”. Vende pavos. Guarda cargas de papa, y deja que vendedores de arroz de lisa como Dairo Ramírez acomoden sus instrumentos en el parqueadero a cambio de $2.000 diarios.

Un solo bombillo alumbra el enorme patio que los carretilleros recorren para elegir su “nave”entre las 2:30 y las 3:15 de la madrugada. A la salida Muñoz les dice el número de la que se llevan y anota la hora a la que planean regresar.

Hernando Soto es uno de los más veteranos. Tiene 10 hijos y 58 años. Le dicen ‘Galapa’. Trabaja en Barranquillita desde los 13 años. Transporta piña, melón y papaya. Dice que “los ricos ya están completos”, y que se dedica a este oficio porque le alcanza para vivir bien.

Se toma un tinto antes de salir. Aquí no hay patrones. Nadie manda a nadie. Cada uno es dueño de su tiempo y elige qué ruta coger, eso sí, con el compromiso de devolver la carretilla.

Muñoz no le alquila a desconocidos. Tuvo malas experiencias. Una vez le entregó una de sus “consentidas” a un muchacho nuevo y este llegó con el cuento de que se le había perdido. “La encontramos en un patio por allá por la zona a la que le dicen Los Plátanos. Le dijimos al tipo que de aquí no salía si no la devolvía”, cuenta su esposa.

Los peores días son los martes, jueves y sábados, porque “no salen todos los carretilleros a vender”, entonces el alquiler baja de 50 a 35 carretillas.

Algunos cobran incluso el doble de la tarifa mínima de  la carrera en taxi. Dicen que todo es relativo, que el precio lo fijan según el peso de la carga.

Por trasladar cada caja de mandarina cobran $500, es decir que por llevar 20 cajas piden $10.000. Si son bultos de auyama son $2.000. No regatean. No dan rebaja.

En un día bueno Jordis Corrales Gutiérrez, de 18 años, se gana hasta $95.000. Trabaja tres días a la semana. Al mes puede recoger hasta $1.140.000. En las peores temporadas regresa a su casa, en Palermo, con $30.000. Claro que hay veces en los que solo recupera los $1.700 que cuesta el pasaje de bus.

Los domingos abren a las cinco de la mañana y los días que no son de plaza, martes, jueves y sábado, a las tres. Pero sin excepción cierran a las seis de la tarde. “A esa hora bajo la estera y se pueden cansar tocando que no abro”.

Del recaudo se encarga Ana Lucía. Hay días en los que los carretilleros no quieren pagar, según Muñoz, entonces les advierten del cobro de intereses, que serían otros $1.000 por día.

En este emporio sin guardianes el líder madruga y se ensucia las manos. Abre la oxidada reja de su reino repleto de carruajes de palo antes de amanecer. Toma tinto y se describe como ‘El Propio’ que con gorra y tenis creó su propia flota carretillas.

Texto publicado el 5 de octubre de 2014 en el diario EL HERALDO. Barranquilla, Colombia.

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